lunes, 28 de febrero de 2011

El problema del gobierno

Se ha puesto de moda decir que el gobierno es malo, que no sirve, que hay que sacarlo del medio. La estrechez económica refuerza la demagogia de que el gobierno es una carga para los que pagamos contribuciones. De este discurso se agarró el gobernador Luis Fortuño en su reciente mensaje sobre la situación del País, intentando presentar una cara distinta de su administración en el año preelectoral.

El gobernador cree que el gobierno no es instrumento para sacar a los ciudadanos de la pobreza y que la responsabilidad es del individuo. Como si estuviéramos en la selva donde sólo el más fuerte sobrevive. El problema con esta visión elitista de que el gobierno es malo y que sólo favoreciendo a los que tienen mucho se logra el bienestar económico, es que sólo funciona en países bien ricos con mucho capital, como Estados Unidos. Como sabemos, la economía de Puerto Rico no es la de Estados Unidos.

Curiosamente, el argumento de que el gobierno es un pesado lastre para el ciudadano que lucha por sobrevivir, no es original de Fortuño. En 1981, al inaugurarse como presidente de los Estados Unidos, el republicano Ronald Reagan dijo: “El gobierno no es la solución a nuestros problemas. El gobierno es el problema”. Para Reagan el tamaño del gobierno era la causa de la terrible crisis fiscal y económica que se experimentaba entonces. Como remedio, Reagan prometió reducir dramáticamente la nómina federal, disminuir el gasto gubernamental y bajarle las contribuciones al ciudadano promedio.

Ese fue el origen de la estrategia económica “Reaganomics”, que postulaba que al bajarse las contribuciones a los ricos estos invertirían su dinero generando así mayores oportunidades de empleo y prosperidad para la clase media y pobre. Como consecuencia de estas políticas, tan parecidas al discurso de Fortuño, la deuda pública estadounidense creció en un 20 por ciento y el déficit fiscal se duplicó. El número de estadounidenses bajo el nivel de pobreza creció en 5 millones y se multiplicó la pobreza. La participación de los más ricos en la riqueza nacional aumentó en un 3%, mientras que la de los más pobres se redujo en la misma proporción.

En resumen, Reagan dejó un país más endeudado y pobre del que recibió en 1980. Fueron necesarias las políticas de reducción del déficit y refuerzo de los programas sociales implementadas por Bill Clinton para devolver a los Estados Unidos a la ruta de la verdadera prosperidad.

En países pobres, superpoblados, de escasos recursos y poco capital, como Puerto Rico, el papel del gobierno es fundamental. Su responsabilidad estriba en distribuir justamente los recursos en educación de excelencia, servicios de salud, infraestructura y condiciones propicias para crear empleos. En otras palabras, al gobierno le toca hacer lo que el capital y la inversión privada son incapaces de lograr. Por eso no se le puede desmantelar, ni reducir su importancia.

Por décadas el gobierno de Puerto Rico ha sido víctima de las luchas de poder entre los partidos políticos. Los servidores públicos se han visto asediados por el fantasma de la politiquería. El principio del mérito ha sido sustituido por el color político, todo lo cual ha producido unas ineficiencias y actitudes que es imperativo resolver. No es botando empleados ni transfiriendo la responsabilidad del gobierno al sector privado como se alcanza el bienestar verdadero.

El “más dinero en tu bolsillo” que ofrece la administración como anzuelo para electores descontentos en medio de la recesión económica, tendrá el efecto a largo plazo de negarle al gobierno los recursos necesarios para llevar a cabo su función. Esto quizás no se sienta inmediatamente gracias al impuesto sorpresivo del 4% a las compañías foráneas. Pero en la medida en la que se vaya reduciendo el impuesto y el sector privado no pueda producir mayores ingresos, los ciudadanos -especialmente los más pobres, sufriremos las consecuencias. Para entonces habrán pasado las elecciones.

Curiosamente la estrategia de la administración Fortuño parece ser la misma que la de su héroe Ronald Reagan: el que venga detrás que arree.

El problema del gobierno

Se ha puesto de moda decir que el gobierno es malo, que no sirve, que hay que sacarlo del medio. La estrechez económica refuerza la demagogia de que el gobierno es una carga para los que pagamos contribuciones. De este discurso se agarró el gobernador Luis Fortuño en su reciente mensaje sobre la situación del País, intentando presentar una cara distinta de su administración en el año preelectoral.

El gobernador cree que el gobierno no es instrumento para sacar a los ciudadanos de la pobreza y que la responsabilidad es del individuo. Como si estuviéramos en la selva donde sólo el más fuerte sobrevive. El problema con esta visión elitista de que el gobierno es malo y que sólo favoreciendo a los que tienen mucho se logra el bienestar económico, es que sólo funciona en países bien ricos con mucho capital, como Estados Unidos. Como sabemos, la economía de Puerto Rico no es la de Estados Unidos.

Curiosamente, el argumento de que el gobierno es un pesado lastre para el ciudadano que lucha por sobrevivir, no es original de Fortuño. En 1981, al inaugurarse como presidente de los Estados Unidos, el republicano Ronald Reagan dijo: “El gobierno no es la solución a nuestros problemas. El gobierno es el problema”. Para Reagan el tamaño del gobierno era la causa de la terrible crisis fiscal y económica que se experimentaba entonces. Como remedio, Reagan prometió reducir dramáticamente la nómina federal, disminuir el gasto gubernamental y bajarle las contribuciones al ciudadano promedio.

Ese fue el origen de la estrategia económica “Reaganomics”, que postulaba que al bajarse las contribuciones a los ricos estos invertirían su dinero generando así mayores oportunidades de empleo y prosperidad para la clase media y pobre. Como consecuencia de estas políticas, tan parecidas al discurso de Fortuño, la deuda pública estadounidense creció en un 20 por ciento y el déficit fiscal se duplicó. El número de estadounidenses bajo el nivel de pobreza creció en 5 millones y se multiplicó la pobreza. La participación de los más ricos en la riqueza nacional aumentó en un 3%, mientras que la de los más pobres se redujo en la misma proporción.

En resumen, Reagan dejó un país más endeudado y pobre del que recibió en 1980. Fueron necesarias las políticas de reducción del déficit y refuerzo de los programas sociales implementadas por Bill Clinton para devolver a los Estados Unidos a la ruta de la verdadera prosperidad.

En países pobres, superpoblados, de escasos recursos y poco capital, como Puerto Rico, el papel del gobierno es fundamental. Su responsabilidad estriba en distribuir justamente los recursos en educación de excelencia, servicios de salud, infraestructura y condiciones propicias para crear empleos. En otras palabras, al gobierno le toca hacer lo que el capital y la inversión privada son incapaces de lograr. Por eso no se le puede desmantelar, ni reducir su importancia.

Por décadas el gobierno de Puerto Rico ha sido víctima de las luchas de poder entre los partidos políticos. Los servidores públicos se han visto asediados por el fantasma de la politiquería. El principio del mérito ha sido sustituido por el color político, todo lo cual ha producido unas ineficiencias y actitudes que es imperativo resolver. No es botando empleados ni transfiriendo la responsabilidad del gobierno al sector privado como se alcanza el bienestar verdadero.

El “más dinero en tu bolsillo” que ofrece la administración como anzuelo para electores descontentos en medio de la recesión económica, tendrá el efecto a largo plazo de negarle al gobierno los recursos necesarios para llevar a cabo su función. Esto quizás no se sienta inmediatamente gracias al impuesto sorpresivo del 4% a las compañías foráneas. Pero en la medida en la que se vaya reduciendo el impuesto y el sector privado no pueda producir mayores ingresos, los ciudadanos -especialmente los más pobres, sufriremos las consecuencias. Para entonces habrán pasado las elecciones.

Curiosamente la estrategia de la administración Fortuño parece ser la misma que la de su héroe Ronald Reagan: el que venga detrás que arree.

domingo, 27 de febrero de 2011

Renuncia Rolando Crespo

lunes, 14 de febrero de 2011

El PPD en el siglo XXI

Esta semana se conmemoran 113 años del natalicio de don Luis Muñoz Marín. Como de costumbre, se celebran sendas actividades de recordación. Curiosamente, los mensajes de este año estarán a cargo de los últimos dos gobernadores electos como candidatos del partido fundado por Muñoz en 1938. Sila Calderón hablará en Trujillo Alto y Aníbal Acevedo Vilá hablará en Mayagüez. La casualidad o causalidad en la selección de ambos oradores es ideal para reflexionar sobre el futuro del partido político más exitoso del siglo XX.

El Partido Popular Democrático llegó al poder en 1940, representando una esperanza de cambio social y político en el Puerto Rico dominado por la Coalición Republicano-Socialista. El PPD puso en marcha un proyecto de reforma que incluyó la repartición de tierras y la industrialización. Este fue el medio para salir de la miseria y desolación que producían el latifundio, el monocultivo y el absentismo, aún después de medio siglo de dominación estadounidense.

El secreto de entonces fue aprender a caminar junto al pueblo, con sus luchas, con sus aspiraciones, con sus anhelos y con sus temores -fundados e infundados. Entonces se gobernó sin caer en la arrogancia de soluciones mágicas que adolecen de las mismas insuficiencias que pretenden resolver.

Hoy, como en 1940 el PPD tiene que convertirse en el agente transformador que hace tiempo dejó de ser. Aquellos que eventualmente accedan a su liderato deberán hablar claro. Tendrán que apartarse de la dañina ruta de las campañas modernas que van prometiendo quimeras, enamorando al electorado con mentiras para luego convertirlas en grandes decepciones. Es la hora de sincerarse con el País. Para ganar las elecciones hay que volver a ganarse su confianza.

Puerto Rico necesita buen gobierno. Un gobierno fundamentado en el olvidado principio de la justicia social. No se puede gobernar bien si no se cree en la capacidad del gobierno para servir como instrumento de justicia ante la pobreza. El discurso de Fortuño de que el gobierno no sirve y hay que sacarlo del medio dejará a Puerto Rico sumido en una profunda crisis de desesperanza cuando las quimeras de “más dinero en tu bolsillo” demuestren ser lo contrario de la prosperidad que predican.

Justicia social en nuestros días no es ponerles zapatos a los descalzos, que ya no existen, ni acabar con las lombrices en los estómagos hambrientos. Justicia social en el siglo XXI, es sacar del vicio a miles de jóvenes que diariamente se pierden en el mundo del narcotráfico y la adicción a drogas. Es atacar la dependencia y combatir el conformismo, productos de un discurso ideológico basado en la inferioridad. Es crear las condiciones para atraer inversión y poner a la gente a trabajar.

Justicia social hoy, es privilegiar por encima de los intereses de aquellos que sólo aspiran a administrar una nómina, un proyecto educativo de excelencia. Quizás hoy no sufrimos la desesperanza del analfabetismo con la que bregaron Muñoz y su generación, pero nuestros niños salen del sistema educativo sin las destrezas necesarias para tener éxito en la vida.

Justicia social en 2011 es rescatar un sistema que obliga a los profesionales de la salud a emigrar. Tenemos que enfrentar de una vez la falacia del acceso a una salud privatizada que en dos décadas ha contribuido a la quiebra del País y no ha resuelto la desigualdad de una salud para pobres y otra para pudientes.

Para volver a ser agente transformador el PPD tendrá que enfrentarse al dilema del status, negándose a meterse en el callejón sin salida de procesos diseñados para excluir puertorriqueños de la decisión. La clave tiene que ser luchar para que las opciones de nuestro futuro político siempre estén guiadas por los principios de consentimiento mutuo y autodeterminación.

El reto de este tiempo es mucho mayor que en 1940. Hoy nos enfrentamos a un Puerto Rico mucho más fragmentado, en el que se fomenta la confusión renegando de lo que somos. Quienes pretendan gobernar hoy deberán tener claro nuestro propósito de pueblo y una voluntad inquebrantable para adelantarlo.

jueves, 10 de febrero de 2011

Fortuño a mitad de camino