viernes, 15 de abril de 2011

De encuestas, excusas y el 2012

La reciente publicación de los resultados de la encuesta de El Nuevo Día, reflejando la opinión pública sobre la imagen y desempeño del gobernador Luis Fortuño, ha desatado un vendaval de reacciones. Según la encuesta –la primera en todo el cuatrienio-, un 58% califica con D o F la gestión del gobernador.

Al medirse las posibilidades de reelección de Fortuño frente al aspirante del Partido Popular, los resultados para el gobernador son desastrosos. Sólo un 25% de los encuestados expresa intención de avalar su reelección. Un 31% de los electores identificados con el PNP piensa que el desempeño de Fortuño es peor de lo esperado. Alejandro García Padilla, a 21 meses de las elecciones, comanda un 47% de intención de voto. Estos resultados son muy similares a los que arrojan otros sondeos no publicados.

Es evidente que el apoyo al gobernador se ha desplomado. Fortuño tiene los peores números de un inquilino de La Fortaleza en los pasados 40 años. Su rehabilitación política es prácticamente imposible.

Como agravante se añade la manera cómo el liderato del PNP ha reaccionado a su realidad. Que si Fortuño no esperaba lo que encontró al llegar al Gobierno. Que Aníbal y Sila quebraron el país. Que echar a andar el Gobierno ha tomado más tiempo de lo esperado. Que ahora va a haber mucho dinero para repartir entre la gente. Es como si las excusas y nuevas promesas les libraran de la responsabilidad contraída con el pueblo en 2008. Están tratando de tapar el cielo con la mano.

Aunque es muy prematuro para predecir el resultado de las elecciones, la percepción general es de insatisfacción y encono hacia la Administración actual. Esto es así porque muchas de las políticas públicas implantadas van a contrapelo de las promesas hechas en la campaña de 2008. El pueblo le dio al PNP un mandato abrumador para que resolviera los grandes problemas que tenía el país, no para buscar excusas.

Las explicaciones y excusas sobran cuando se prometió, solucionar los graves problemas económicos, el aumento descontrolado del crimen y la violencia, y el alto costo de la electricidad, por ejemplo. Prometieron que todo esto se lograría sin meternos la mano en el bolsillo. Dos años y varios impuestos nuevos después, la realidad es que esos problemas han alcanzado niveles de calamidad. Igualmente, resulta muy difícil para los casi 20,000 empleados desplazados del gobierno aceptar excusas, cuando en 2008 se les prometió enderezar las finanzas del Gobierno sin que fuera necesario despedir a nadie. En resumen, el Gobierno se ha quedado sin credibilidad.

La decepción con el desempeño de Fortuño debe servirnos de lección tanto a electores como a líderes políticos. El gobernador no entendió que las reglas que determinan la inserción de Puerto Rico en la economía global, así como las determinantes de nuestra realidad de país, son extremadamente complejas. Gobernar Puerto Rico es un ejercicio de caminar constantemente por el filo de una navaja entre lo deseable y lo posible. No se puede engañar al electorado durante el tiempo de política para luego incumplir los compromisos que llevan a uno al poder. Gobernar en democracia es tomar decisiones, a veces difíciles, pero con el consentimiento de los gobernados.

Para esto hay que entender que el poder no es del que gobierna, sino del pueblo que lo delega por un tiempo a base de un contrato electoral.

Ahora que se advierte la casi seguridad de un cambio de gobierno, aquellos que aspiran al poder deben entender la responsabilidad de una campaña política. El PPD no debe repetir el grave error de prometer en exceso, con el único propósito de ganar. Ganar es crucial y requerirá lo necesario. Pero ganando se contrae la responsabilidad de gobernar bien. Aunque la meta inmediata sea ganar, más temprano que tarde la victoria se traduce en necesarios consensos para encaminar las soluciones.

Ganar sin respetar la palabra empeñada es echar a perder la confianza necesaria para dirigir al país. Por eso, a estas alturas, Fortuño no es reelegible.

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